jueves, 4 de diciembre de 2014

LA BATALLA DE EVER


Hoy en El Diario de Chihuahua, fue publicada esta nota, la historia de Ever, un pequeño de tan solo siete años que esta librando la mas cruenta batalla, por sobrevivir, también se hace un llamado para quienes puedan apoyarlo a el y su familia, debido a la precaria situación por la que atraviesan.


Como ya lo he repetido hasta el cansancio, solo cuando son personajes conocidos de la sociedad o bien políticos es cuando se dan a conocer casos y se hace escandalo, pero ¿ que pasa con estas personas que día a día es una real batalla para poder sobrevivir?.

Anexo el reportaje:

A los 7 años enfrenta una batalla por su vida

 

Salud Ochoa/El Diario | 11:46

Éver padece leucemia mientras se enfrenta a las carencias económicas; sus padres no tienen empleo, viven en una casa prestada sin muebles, calentones, ni cobijas

Chihuahua, Chih.- Éver es un pequeño que a sus escasos 7 años ha tenido que aprender lo que es luchar, pero en su caso, a diferencia de muchas otras luchas a veces sin sentido, él pelea por su vida. Desde hace poco más de tres meses padece leucemia.
Originario de la comunidad “El Durazno”, municipio de Tamazula, Durango, Éver es el mayor de tres hermanos y uno más que viene en camino. Con sus ojos grandes, a cada paso pareciera buscar la claridad que lleva en su mirada; su rostro se percibe serio, triste por momentos con esa tristeza que da el no entender del todo lo que está sucediendo. Éver sabe que está enfermo, pero aún no dimensiona la gravedad del padecimiento que se agudiza dolorosamente con la pobreza y la necesidad en la que ahora vive. Su familia es de escasos recursos y aunque en su pueblo natal su padre, Emiliano, tenía el respaldo de un empleo en un aserradero, tuvieron que abandonarlo todo, viajar cientos de kilómetros y venir a Chihuahua para que Éver reciba atención médica.
El viaje no fue fácil porque Éver enfermó repentinamente y tuvieron que trasladarlo en ambulancia, pero la estancia en la capital ha sido aún más complicada. Sus padres no conocen la ciudad y se han quedado sin recurso alguno para sufragar los gastos mínimos; actualmente viven en una casa prestada, pero carecen de todo lo necesario; el mobiliario es apenas una mesa y un par de sillas, un refrigerador y una parrilla. Nada es de ellos, alguien lo prestó también.
La vivienda, donde esperan el siguiente paso en el tratamiento de Éver, es de tamaño promedio, pero luce enorme por el vacío, la esperanza enflaquecida y la necesidad; el sol pega de frente minutos después del mediodía, pero aún así, el interior es frío y no hay un calentón con el que Éver y sus hermanos Luis Ángel y Emir, de 5 y 3 años respectivamente, puedan calentarse.
“A veces tengo mucho frío y me duelen las rodillas y los brazos”, dice Éver con cierta timidez igual que habla de su cabello ausente a causa de la quimioterapia o de sus manos y brazos que muestran los pinchazos de un aguja o un catéter.
“Me sacaron sangre, varios tubitos”, agrega mientras su padre cuenta que tenía una anemia severa —según le dijeron los médicos—, y ha sido necesario transfundirle alrededor de 20 paquetes de plaquetas.
Éver escucha y espera, mira de frente, fijamente como buscando respuestas. No las hay porque así de simples y de complejas son algunas enfermedades. Así de injusta es la vida. “Hay que esperar, hay que echarle ganas, hay que ser fuertes, hay que aguantar” son frases que escucha mientras sueña con tener una bicicleta o subirse a un avión aunque en el fondo, quizá lo único que quiere es escuchar que está bien, que la enfermedad se ha ido, que no habrá más agujas ni dolor de huesos y que un día cualquiera podrá comer lo que se le antoje.
Sus hermanos pequeños lo abrazan y con la inocencia tallada en la piel, en la sonrisa, en la cicatriz que ha dejado la caída en un barranco y hasta en los pequeños zapatos puestos al revés, dicen “te queremos Éver” y él no hace nada más que abrazarlos también porque la voz se le trunca de repente a causa de la tristeza, del dolor físico y la nostalgia por volver a casa.
“A veces se pone así porque dice que quiere volver con sus amigos a la escuela”, dice Patricia, su madre, y señala que el pequeño cursa el segundo año de primaria y aunque ha tenido algunos tropiezos en la lecto-escritura es capaz de leer las muchas cartas que sus compañeros de aula le escribieron pidiéndole “que se pusiera bien y que regresara pronto porque allí lo iban a esperar”.
Éver guarda silencio. Quiere volver, pero el destino aún no ha decidido cuándo.
Éver y su familia requieren: mobiliario, cobijas, un calentón, alimentos, ropa y zapatos

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