jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS AGROQUIMICOS ENFERMAN


Resultado de imagen para agroquimicos enfermanInteresante entrevista a Fernanda Sandez, quien ha dedicado mas de siete años a investigar los efectos nocivos de los agroquimicos en el campo.


Dedicó más de siete años a investigar los efectos nocivos de los pesticidas y herbicidas que a diario se utilizan en los campos del país. Lejos de estar en la agenda pública, esta grave problemática sanitaria fue denunciada en el libro La Argentina fumigada.
 Texto Marysol Antón
“¿Sabemos realmente qué comemos? ¿Conocemos el proceso que atraviesan los alimentos hasta llegar a nuestra mesa? ¿Cómo viven los vecinos de los campos? ¿Realmente vivir en el interior es tan sano como muchos afirman?” Estas preguntas y muchas más comenzaron a rondar en los pensamientos de la periodista Fernanda Sández cuando, por su labor de cronista gastronómica, llegaba a pueblos de provincia y escuchaba la preocupación de sus habitantes por la salud de muchos de ellos, que se deterioraba de modos inexplicables. Luego de más de siete años de investigación constante, la autora pudo publicar La Argentina fumigada. Agroquímicos, enfermedad y alimento en un país envenenado.
–¿Recordás esos primeros relatos de los vecinos?
–Claro, iba a las localidades y enseguida aparecía el problema de las fumigaciones. Me hablaban de los inconvenientes de salud, era algo que ellos mismos notaban y denunciaban. Era llamativo que todos, en todos los pueblos, contaban lo mismo. Por ejemplo, te decían: “Pasa el mosquito (así llaman a la fumigadora terrestre por su forma, ya que a los costados tiene algo similar a unas alas metálicas desde donde lanza el veneno) y los pájaros caen atontados, tanto que los chicos los agarran”. Ahí te dabas cuenta del efecto tóxico y de que los niños estaban ahí, expuestos. Investigando aprendí que para las moléculas no hay fronteras: se pueden aplicar en un sitio, pero nadie sabe dónde terminarán; pueden llegar al agua de la ciudad o al algodón con el que nos retiramos el maquillaje. Además, durante mucho tiempo esto no se midió y no se sabía cuáles eran los efectos nocivos de los agrotóxicos. Otro síntoma de lo que está pasando lo denuncian los pediatras: en los niños estos productos generan cambios de conducta, pues ellos aún no tienen maduro su sistema de desintoxicación, entonces esto les impacta directo en el sistema nervioso central.
–¿Existe un modo de medir este flagelo?
–Mientras que en las últimas décadas la superficie cultivada en la Argentina creció casi el 62 por ciento, el mercado de los herbicidas creció más del 1.000 por ciento, según un informe del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta). El sector de los agroquímicos que se utilizan para producir cada cosa que comemos y vestimos mueve –solamente en la Argentina– cerca de 3.000 millones de dólares al año. Y hasta posiblemente más, sólo que nunca lo sabremos porque desde 2012, las principales cámaras empresariales del rubro han dejado de hacer públicos esos datos, arguyendo la “incomodidad” de sus socios con esa clase de revelaciones. Además, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) acaba de publicar el informe Heladeras Argentinas Fumigadas, donde denuncia la presencia de agrotóxicos en vegetales y reconoce, por primera vez, que el 60 por ciento de los mismos están contaminados por encima del límite máximo residual, que es la cantidad de restos de pesticida que según la industria y el Estado podemos ingerir sin que nos afecte. ¿Cómo notamos esto nosotros? Cuando alguien te cuenta que ya no come lechuga porque le empezó a caer mal. Y no es así, lo que le provoca malestar es el veneno.
–¿Por qué creés que esto no termina de instalarse en la agenda pública?
–Desde algunos medios y, también, el Estado, hay interés por lucrar con esto. Basta con contar cómo crecieron las hectáreas sembradas con soja, una planta que fue diseñada para que le puedan poner veneno y resistirlo. Además, hay mecanismos de silencio, a muchos científicos les costó la cátedra o la carrera. Así le pasó a Andrés Carrasco, que en 2009 empezó con los campamentos sanitarios. Junto a su equipo llegaba a los pueblos, revisaba las historias, les hacían estudios a los habitantes y a los seis meses volvían a contarles los diagnósticos. Él vio en primera persona como crecían los casos de cáncer, hipotiroidismo o lupus, entre otras enfermedades. Y esto pasaba en pueblos donde no había una población de edad avanzada. En otros destinos, como Monte Maíz (Córdoba), los problemas de fertilidad son el síntoma del envenenamiento. Hablamos de parajes donde les dicen a los lugareños que lo que tiran “no hace nada, mata a los yuyos”, entonces les enseñan cómo lavar los bidones donde estuvo el agrotóxico para reutilizarlo en sus casas. Hasta he visto pantallas de veladores hechas con estos plásticos reciclados. Las corporaciones saben que eso no es inocuo.
–¿También el lenguaje es usado para esconder el problema?
–Se han apropiado cínicamente del discurso: hablan de agricultura sustentable en base a agroquímicos. Se apropian del lenguaje, lo vacían de contenido y no hay ningún cuidado por parte del Estado. También les cambian el nombre a algunos productos, como el Paraquat, prohibido en los Estados Unidos porque destruye los pulmones, pero acá lo comprás por páginas de subastas online. Pocas veces escuchás hablar de agrotóxicos, los nombran como fitosanitarios, enmascarando detrás de la palabra su peligrosidad. Con este trabajo quise que esto les sirviera a los damnificados, que sepan que no están solos, y que les quedase material para poder seguir luchando en medio de este proceso perverso que los enferma, darle la palabra a los científicos que vienen denunciando. Lo que cuento en las más de 400 páginas del libro no es un pálpito ni una sensación: por los agroquímicos hay enfermedades y enfermos.

lunes, 4 de septiembre de 2017

LOS TOXICOS QUE COMEMOS

Muy buen articulo del periodista e investigador en temas sanitarios; Miguel Jara, publicacion del Sr. Joseph Pamies cuya introduccion, es por demas acertada:

LOS ADITIVOS QUÍMICOS DE LA COMIDA BASURA QUE VENDEN NORMALMENTE EN LAS GRANDES SUPERFICIES, no ha estado probada su inocuidad en humanos antes de ser liberados para su uso. Los experimentos solo se han realizado en ratas y además por la propia empresa que aporta a las autoridades sanitarias lo que les conviene.
Si una sustancia por separado ya puede ser tóxica, imaginemos lo que puede hacer cuando se ingieren un montón a la vez. Y luego la administración sanitaria echando pelotas fuera cuando se les pregunta por las causas de tantas enfermedades epidémicas como la diabetes y el cáncer o las nuevas plagas de enfermedades raras en niños 

Ingesta Diaria Admisible: La cantidad de aditivos tóxicos que somos “capaces” de comer

¿Qué cantidad de cada aditivo potencialmente tóxico utilizado en la alimentación somos capaces de aguantar sin enfermar? Para “explicarlo” se creó el concepto de Ingesta Diaria Admisible (IDA) que carece de evidencia científica (pruebas) y sólo que es parte de una estratagema para “tranquilizar” a la población y seguir expandiendo un modelo alimentario industrial literalmente precocinado.
Siempre me ha parecido curioso el concepto Ingesta Diaria Admisible. ¿Cómo puede haber una cantidad “admisible” de algo potencialmente tóxico? Si algo es tóxico, es tóxico y ya está (y lo inteligente es intentar no consumirlo). Vale, es cierto que casi cualquier cosa puede ser tóxica, hasta el agua, tanto que si tragas mucha te ahogas.
Pero no tratamos de elementos de la naturaleza que si se produce un abuso causan un daño o que pueden ser dañinos de por sí como la cicuta. No, tratamos sobre que cuando nos alimentamos entendemos que estamos, no sólo ingiriendo comida y por lo tanto saciando una necesidad básica, sino nutriéndonos, es decir, garantizando nuestra salud.
Hace ya más de medio siglo, en 1953, que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y tres años después se decidió que la incorporación de nuevos aditivos alimentarios requiriera de manera obligatoria la evaluación de agencias especializadas. Cuenta todo esto en un artículo excelente José Lietor Gallego, doctor en Biología que ejerce como educador ambiental y experto en consumo responsable.
Por IDA (Ingesta Diaria Admisible o Aceptable) se entiende la cantidad de sustancia química que se puede ingerir cotidianamente y durante toda la vida sin que haya riesgo para la salud (expresada en miligramos -mg- de sustancia por kilo de peso corporal y día).
Resulta paradójico que el toxicólogo francés al que se le atribuiría el invento del concepto, René Truhaut, reconocería años después de su creación no haberlo publicado en ninguna revista o foro científico. A pesar de la falta de una revisión científica a fondo sobre dicho precepto, la IDA sería adoptada por la OMS y la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), manteniéndose hasta la actualidad como uno de los pilares sagrados de la seguridad alimentaria a nivel mundial.
Truhaut siempre demostró gran franqueza a la hora de evaluar las limitaciones de su IDA, estableciendo que la única dosis segura de una sustancia tóxica es la dosis cero. Puro sentido común.
Hoy, uno de los mayores defensores de la IDA es el International Life Sciences Institute(ILSI). Como muestra, decir que en 1990, el ILSI, que fue fundado por Coca‐Cola, Heinz, Kraft, General Foods y Procter & Gamble; se unirían después Danone, Mars, McDonald, Kellogg y Ajinomoto (principal fabricante de aspartamo), empresas del sector de los pesticidas (Monsanto, Dow AgroSciences, DuPont y Basf) y empresas del sector farmacéutico (Pfizer y Novartis.
Merece la pena que os detengáis a leer en el artículo de Lietor cómo se calcula la IDA en base a hacer experimentos con animales y a factores de riesgo cuyos datos se inventaron sin el más mínimo rigor(de hecho van cambiando sobre la marcha, según “necesidades de mercado”).
El concepto de la Ingesta Diaria Admisible de sustancias añadidas intencionadamente a los alimentos con potenciales efectos nocivos en la salud humana presenta una serie de inconvenientes que ponen en evidencia su validez:
-Aunque en la actualidad, la realización de ensayos de toxicidad in vitro sobre células humanas está en auge, la mayoría de los trabajos para determinar las actuales IDAs de aditivos fueron realizados sobre roedores; solo en casos especialmente sensibles se realizaron sobre perros o monos, pero no sobre humanos.
-Las pruebas se realizan sobre sustancias concretas, de modo individual, sin considerar las relaciones de unas sustancias con otras que son también potencialmente tóxicas y que podemos ingerir en el mismo alimento pues en rara ocasión un producto lleva sólo un aditivo.
-Los ensayos son realizados en laboratorios privados de la industria.
-A pesar de ser un concepto que hace referencia a la dosis recibida durante toda una vida, no se fija tras largos estudios epidemiológicos que incluyan a cientos o miles de sujetos de estudio y que alberguen la mayor variabilidad posible. Los trabajos que reciben las agencias de seguridad van de dos semanas (toxicidad a corto plazo) a dos años (toxicidad a largo plazo asociada a procesos cancerosos).
-Se le otorga prioridad al peso corporal del individuo expuesto (mg de sustancia por kg de sujeto expuesto) sin considerar otro amplio número de factores que podrían influir en el efecto tóxico (genética, historial médico, actividad física, tipo de alimentación, sexo, edad, etc).
-Los factores de seguridad empleados para su estimación son arbitrarios y dependen en buena medida de la sensibilidad específica de los técnicos que llevan a cabo las evaluaciones.
-Se basa en el principio clásico de la toxicología: “La dosis hace al veneno”. Desde el descubrimiento a finales del siglo pasado de los disruptores endocrinos(capaces de producir efectos muy significativos a partir de concentraciones extremadamente pequeñas), este mantra se está poniendo en entredicho.
-Resulta paradójico pretender encontrar una dosis segura a largo plazo de sustancias que en ocasiones pueden resultar mortales de manera puntual.
-El consumidor tiene que realizar un verdadero acto de fe a la hora de confiar en la IDA de los aditivos que ingiere ya que no dispone de la información necesaria para realizar los cálculos que le permitirían estimar la ingesta diaria de ingredientes en sus alimentos procesados.
Conclusión, nuestra alimentación cuanto menos procesada y más ecológica (en todos los sentidos del término), mejor.Por